Smart vs. GMAT-Smart – Evaluando “Unlearning” y lucrando del Ego
/Miguel es un tipo ganador. No habrá sido primer alumno en la secundaria, pero se graduó de la universidad en el tercio superior y tiene (lo que se dice) una buena chamba. Él se sabe inteligente, no porque su mamá se lo recuerda sino porque su jefe lo considera indispensable y su competencia lo respeta. Las decisiones que toma Miguel, especialmente con información incompleta, le han reportado importantes beneficios a la compañía en donde trabaja y por ello ha recibido mayores responsabilidades, reconocimiento, y remuneración en los últimos años.
Sin embargo, Miguel ha llegado al “techo” de ascensos en la empresa y sabe que el paso natural para la gente con su talento es hacer un MBA en una universidad TOP, no del Perú sino del mundo. Felizmente Miguel tiene un récord académico y laboral bastante decorado, contactos de estudios y trabajo que con gusto lo recomendarán, y una línea de crédito lo suficientemente grande como para pagarse sus estudios en el extranjero. En suma, Miguel tiene “todo-excepto-el-GMAT” para hacerse admitir en el MBA de su preferencia.
Como todo ejecutivo competente que se respeta, Miguel ha decidido que el GMAT no se va a interponer entre él y sus objetivos. Felizmente, piensa Miguel, el GMAT evalúa habilidades matemáticas de educación secundaria y habilidades verbales que a él le sobran, tales como comprensión lectora, razonamiento lógico, y uso correcto de reglas gramaticales. Así, Miguel decide matricularse en un curso rápido de preparación para GMAT y agenda el test oficial para dentro de dos meses, justo al término del curso.
Acostumbrado a ser el más destacado entre sus colegas del trabajo, Miguel encuentra que no “puede” dedicar más tiempo al GMAT del que toma para asistir a las clases. En los pocos días en los que la presión del trabajo disminuye, Miguel aprovecha para resolver (entre reuniones) algunos ejercicios de la tarea. A Miguel no le parece que para lograr el puntaje ideal (700) que se ha propuesto necesitará dedicar a las tareas tantas horas como sus compañeros de clase pues Miguel está acostumbrado a aprender rápido y siempre ha sabido “optimizar” el esfuerzo que dedica a todas las responsabilidades que exitosamente ejerce.
En vez de 700, sin embargo, Miguel obtuvo 550 en el test oficial y está desconcertado pero no vencido. Miguel ha decidido que obtendrá un puntaje más representativo de su talento si vuelve a rendir la prueba a la brevedad posible pues la razón por la que su puntaje fue tan bajo (cree él) es que no durmió bien en la noche anterior a la prueba. Así, Miguel decide registrarse para volver a dar el GMAT el siguiente mes y (para no perder impulso) se matricula también en unas pocas clases más de GMAT como “refuerzo”.
La ocupada agenda de Miguel no le permite resolver muchos de los ejercicios asignados como tarea, aún menos hacer resúmenes de las instrucciones recibidas en clase. Miguel está convencido de que con su talento demostrado en años de éxitos académicos y laborales llegará al día de la prueba en óptimas condiciones para enmendar la baja nota que recibió (por una desafortunada mala noche) en su primer intento. Después de todo, cómo no le va a ir bien, si él continúa cultivando las complejas habilidades que le ganaron una reputación de destacado analista hace ya varios años y le generan envidiables ingresos mes a mes.
Contra su pronóstico, Miguel obtuvo en su segundo intento no 700 como deseaba (ni 650 como hubiera aceptado con vergüenza) sino nuevamente 550. Algo no está bien, piensa Miguel, dado que él se preocupó de dormir muy bien la noche anterior a la prueba. Esta vez el resultado no tiene explicación lógica para Miguel y, lo que es peor, consultar con sus conocidos ya estudiando MBAs en las mejores universidades del mundo le da vergüenza.
El caso de Miguel no es un caso aislado sino más bien típico entre los cientos de miles de talentosos profesionales que año tras año rinden los exámenes GMAT y GRE. De hecho, el enfoque que Miguel le dio a su preparación es la razón por la que las corporaciones que manejan estas pruebas estandarizadas obtengan varias veces los ingresos que obtendrían si los participantes supiesen que las pruebas no evalúan tanto las habilidades cognitivas que dicen evaluar (comprensión lectora, análisis crítico, y aprestamiento matemático) sino cualidades emocionales no mencionadas en ninguno de los manuales.
El GMAT y GRE son máquinas de hacer dinero porque los participantes en estas pruebas asumen que basta ser competente y subestiman la importancia de aprender y seguir la estrategia correcta para obtener puntajes sobresalientes. Es irónico, por no decir humillante, que cientos de miles de profesionales entrenados (y ejerciendo funciones) en planeamiento estratégico, gestión de programas, y evaluación de proyectos aborden el GMAT y el GRE como si fuesen proyectos a completar exitosamente sólo inyectándoles dinero sin considerar temas críticos como tiempo y expertise. La poderosa razón detrás de esta aparente incoherencia es que estamos acostumbrados a ser reconocidos como profesionales competentes y asumimos que las competencias que nos hicieron exitosos en la universidad y el trabajo son las mismas que nos harán exitosos en el GMAT y el GRE. Lamentablemente, esta infundada suposición es la fuente de la mayoría de frustraciones en los procesos de preparación para estudiar en el extranjero.
El modelo del negocio de las pruebas estandarizadas es genial por su simpleza. ¿Cómo hacer para que cientos de miles de profesionales competentes rindan la prueba varias veces? El negocio estará en hacerlos rendir una prueba que parezca enfocada en algo en lo que estos profesionales son muy buenos, pero construyendo las preguntas de modo las habilidades de estos profesionales no sean suficientes para identificar la mayoría de respuestas correctas. Este diseño cuenta con la complicidad (involuntaria, por supuesto) de los mismos profesionales que rinden las pruebas. El factor crítico que sostiene el negocio de GMAC y ETS es el ego de los participantes en sus pruebas estandarizadas.
La primera condición para resolver un problema es reconocer que existe. Lamentablemente, los profesionales reconocidos que se autoseleccionan para rendir el GMAT y el GRE no consideran la posibilidad de que la prueba evalúe habilidades adicionales a las que ellos ya poseen. La mayoría prevé hacer lo que mejor sabe hacer y lamentablemente obtiene puntajes promedio. Por consiguiente, desde antes de rendir la prueba ya fracasaron. Por el contrario, quienes obtienen puntajes sobresalientes son aquellos profesionales capaces de desprenderse de sus bien ganadas condecoraciones para iniciar un proceso de preparación con humildad y persistencia.
Para decirlo claramente, el GMAT y el GRE no son pruebas tanto de habilidades verbales y numéricas como sí pruebas de habilidad para desaprender modos tradicionales de resolver problemas y aprender nuevas formas de solucionar estos mismos problemas.